Carlos III, entre las paradojas del cambio y la tradición
Una amplia biografía obra del historiador Roberto Fernández anima el discreto homenaje rendido al rey en su tricentenario.
Corría la noche del 20 de enero de 1716 cuando en el sombrío, destartalado y viejo Alcázar de Madrid nacía el infante Carlos de Borbón, Carletto, un niño “muy rubio, hermoso y blanco” que con el tiempo llegaría a ser rey de España en una época de tensión entre lo nuevo y lo viejo.El historiador Francisco Aguilar Piñal, autor de libros sobre el periodo como Bibliografía de estudios sobre Carlos III y su época, publicado por el CSIC, o Madrid en tiempos del “mejor alcalde”,cuyo primer volumen acaba de editar Arpegio, recuerda que Felipe VI colocó en su despacho del Palacio Real un retrato de Carlos III desplazando a Felipe V, el primer Borbón español. “Solo este gesto habría incitado a un político solvente a promocionar el centenario presente; por lo visto, los políticos de la mayoría absoluta no estaban interesados en la historia del ‘mejor alcalde’ de Madrid, aunque fuera exaltado por el rey actual”, opina Aguilar.
También insiste en este olvido el profesor Ramón María Serrera, quien coordinó en Sevilla unas jornadas el pasado enero, coincidiendo con el día en que nació el monarca: “En cualquier país se habría celebrado a este rey modernizador y reformista, un gran gobernante que supo rodearse de las cabezas mejor amuebladas de la época”.
Roberto Fernández, premio Nacional de Historia el año pasado por su Cataluña y el absolutismo borbónico, intenta animar ese recuerdo del rey con una monumental biografía que ahora ve la luz: Carlos III. Un monarca reformista(Espasa). El catedrático y rector de la Universitat de Lleida no juzga al monarca, sino que intenta comprenderlo y se sitúa en un punto equidistante entre críticos y panegiristas de la obra carolina. Quizás es lo que se precisa ahora para entender a un personaje que ha sufrido tanto anacronismos y descontextualizaciones como cierta gloria en el imaginario popular.
Para Roberto Fernández, fue un reformista moderado en una época de acelerados cambios y, por ello mismo, cayó en “profundas contradicciones de las que no siempre salió bien parado”. Tenía una sólida fe religiosa, pero también un convencido espíritu regalista, y demostraba un talante tradicional, aunque amparó las innovaciones de la Ilustración. “Bajo su reinado se produjo un hecho fundamental para la historia de España: los españoles vieron crecer su conciencia de nación y fueron creando un Estado más moderno y eficaz”, incide el catedrático.
Carlos III basculaba entre el cambio y la tradición. En realidad, era un reflejo del país sobre el que reinaba: la España del enciclopedismo, pero también de la lotería; donde se creaban los primeros gabinetes de historia natural y se difundían las tonadillas castizas de La Caramba; se emprendían expediciones científicas como las de Jorge Juan y Antonio de Ulloa y triunfaban en las plazas de toros Costillares y Pepe-Hillo. La España carolina era la de un siglo veloz que dejaba atrás el pasado. En los salones cortesanos se imponía la moda del minuéy en las botillerías los majos bebían agua de cebada mientras al lado tertuliaban Moratín, Cadalso, los hermanos Iriarte, Trigueros o Samaniego.
Uno de los valores que el historiador resalta en Carlos III es que llegó experimentado al trono de España. Por su madre, Isabel de Farnesio, su destino era Italia, como heredero legítimo de Parma y Piacenza. En 1735, se convierte en Carlos VII de Nápoles y III de Sicilia. Son los llamados “tiempos heroicos” en las Dos Sicilias en que España volvía a controlar el sur de Italia y, por tanto, las rutas de Levante.
Carlos de Borbón dejo huella en Nápoles, que se está volcando en el tercer centenario y donde es recordado, entre otras cosas, por impulsar las excavaciones arqueológicas en Pompeya.
Con ese bagaje, llega a España tras la muerte prematura de sus hermanos Luis I y Fernando VI. Él, que ya creía que moriría en Nápoles, accede al trono español. Transformó Madrid en una ciudad moderna con las escenografías arquitectónicas de Sabatini y convirtió sus calles, llenas de sucios arroyuelos, en avenidas de elegante clasicismo. El 14 de diciembre de 1788 moría el último monarca paradigmático del absolutismo reformista e ilustrado. Al año siguiente, los atardeceres rosa Tiépolo cambiarían por los convulsos cielos de la Revolución Francesa.
http://cultura.elpais.com/cultura/2016/09/30/actualidad/1475250275_621353.html
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