Nos enorgullecemos de Fernando del Paso, este gran latinoamericano que nos enseñó a convertir la lectura en una profunda, ardua y espléndida práctica de vuelo, como hizo el autor que da nombre al premio que hoy él recibe.
Todos sabíamos que Fernando del Paso recibiría el Cervantes a los pocos días de cumplir 81 años. José Trigo, Palinuro de México pero sobre todo Noticias del Imperio lo encaminaban hacia el Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares donde se encuentra hoy junto a los Reyes de España, su familia y sus seres queridos.Su abuelo materno, José Morante Villarreal, nació en Bagdad. Del Paso lo identificaba con Arun Al Raschid. En realidad, Bagdad fue un pueblecito de Tamaulipas que apareció durante el auge petrolero sólo para que el abuelo pudiera confundirse en la mente del niño con un personaje de Las mil y una noches. José Morante Villarreal comenzó como peón de vía en Ferrocarriles Nacionales y se hizo político, llegó a presidente municipal de San Ángel, senador, presidente de la Cámara de Senadores y gobernador interino de Tamaulipas. Muy despilfarrador, gastó la fortuna de la familia y sólo se salvó la casa de Orizaba 150, en la colonia Roma de la ciudad de México, lugar de nacimiento de Fernando del Paso a quienes varios críticos literarios como Edmundo Valades consideraron el mejor prosista mexicano de todos los tiempos.
Durante 14 años, Del Paso fue copywriter en las grandes agencias de publicidad de Madison Avenue, como Walter Thompson y Young and Rubicam, que tienen sucursales en México. Idear campañas para vender desde pastas de dientes y botellas de gin hasta plumas fuente y alimentos para perros significó para él “una gimnasia diaria del lenguaje y la imaginación”.
En los sesenta, una agencia de publicidad reunió a varias luminarias: Álvaro Mutis, Arturo Ripstein y sobre todo a Gabriel García Márquez, free lance, y a Fernando Del Paso. El cuentista republicano José de la Colina, testigo de los pininos literarios de Del Paso, le dijo:
—¿Muy qué?
—Joyceano.
—¿Y eso qué es?
Gracias a él, Del Paso conoció a Joyce, Proust, Faulkner, Kafka y Valéry. Su confianza en sí mismo le permitió escribir una novela monumental, infinita, que escalaría hasta la cumbre: Noticias del Imperio. Ya desde José Trigo y Palinuro de México su heroísmo lo convertiría en el Prometeo mexicano que roba el fuego a los clásicos y todas las tardes llena páginas en blanco. Para escribir José Trigo, Del Paso ya sabía todo de los ferrocarriles por su abuelo materno, pero estudió movimientos obreros, estrategia militar, la historia de los cristeros. Obsesivo y voraz se volvió un experto en rieles y durmientes, en huelgas y asambleas. El amor a la historia la traía en la sangre gracias al historiador Francisco del Paso y Troncoso, su antepasado. Algún crítico llamó a José Trigo “La venganza del copywriter” porque la publicidad tiene que ser breve, concisa, directa y clara y José Trigo no era sino deslumbrante como las cataratas del Iguazú. Del Paso habría podido seguir escribiéndola de aquí a la eternidad si su editor, Arnaldo Orfila Reynal, no le quita el libro de las manos: “Ya, ya, Del Paso, está usted escribiendo un libro y no cubriendo el continente americano con un fastuoso manto de palabras”.
Miembro de la generación de José Emilio Pacheco, Carlos Monsiváis, Juan Vicente Melo, Eduardo Lizalde, Juan García Ponce y José de la Colina, Fernando del Paso también se hizo amigo de sus mayores: Álvaro Mutis, Gabriel García Márquez y Octavio Paz Más tarde, con el mejor padrinazgo del mundo, nada menos que el de Octavio Paz, Miguel Ángel Asturias y Juan Rulfo, obtuvo su primera beca Guggenheim. Viajó entonces a Londres, a la BBC en el servicio latinoamericano, onda corta, en español, para Latinoamérica. Muchas oyentes se enamoraron de su voz. Aunque Fernando alega que era muy desordenado y hacía fichas durante un año y dejaba de hacerlas al otro, Socorro, su mujer, lo ayudó a pasar sus tours de force en limpio, lo cual —antes de las computadoras— resultaba una verdadera proeza porque si a una página se le agregaba un renglón, había que mecanografiar todo el capítulo, tarea ingrata a la que Socorro se prestaba con gusto.
Noticias del Imperio se convirtió en un libro de enormes ventas ya que no sólo los lectores comunes y corrientes sino los aristócratas mexicanos que son unos burros enloquecieron con su novela. El éxito fue tan delirante como el delirio de Carlota en su infinito monólogo.
Menos cosmopolita que Carlos Fuentes, más ingenuo, se empecinó en su amor a México, su diálogo con México y el imperio de las voces de México que hoy resuenan en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares.
Su aparición puede sorprender hasta a la reina Letizia, que da cátedra del buen vestir, ya que Fernando del Paso suele hacer apariciones incendiarias con sus camisas abiertas al sol, que estallan cual flamboyanes, aves del paraíso o frondosas buganvilias que recuerdan al rosa Tamayo. Acostumbra recurrir a los azules que se caen de morados, como los llamó Carlos Pellicer, los verdes que te quiero verde, los amarillos de copa de oro y el lila de las jacarandas que florean en el mes de marzo. Como una inmensa flor, Fernando del Paso levanta su corola hacia los primeros rayos de la mañana y se renueva en la noche. “Se ve muy bien con una camisa color lavanda haciendo juego con un pantalón de casimir gris perla”, asegura su secretaria.
Desde aquí lo aplaudimos y nos enorgullecemos de este gran latinoamericano que nos enseñó a convertir la lectura en una profunda, ardua y espléndida práctica de vuelo, así como lo hizo el autor que da nombre al premio que hoy recibe nuestro querido Fernando del Paso.
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