martes, 15 de marzo de 2016

VII Congreso Internacional de la Lengua Española. Puerto Rico

Novelistas y periodistas: contadores de historias

El mundo se ha edificado a modo de relato y los narradores han sido instrumento primordial de su desarrollo. La ficción es un elemento vertebral de nuestra propia existencia.

El libro de los orígenes, el primer libro de Moisés, dice así: “Al principio Dios creó el cielo y la tierra. Y lo hizo con la palabra”. El logos puso en marcha la evolución del universo. Un logos que no es solo la expresión de algo, sino también su razonamiento, “el fundamento y la razón de lo expresado”, en feliz definición de Emilio Lledó. En cualquier caso, todo comenzó por la articu­lación de la palabra, desde la que hemos ido construyendo el edificio de nuestra civilización. Y lo hemos hecho a base de contar historias, unas imaginarias, otras verídicas.

Ernest Hemingway en su casa en Cuba en 1954
La realidad virtual y la realidad real, lo que ordinariamente llamaríamos ficción y realidad, tienen algo en común: ambas se construyen de palabras. Según explica Lledó, frente a la percepción sensorial, paralela a la naturaleza misma, en la que los conceptos de verdad y falsedad se desvanecen, el lenguaje sostiene y transmite el mundo de las significaciones y se desarrolla en un plano social. Este encuentro entre la ficción y la no ficción en el común territorio del idioma hace que esa antigua distinción entre ambas desdibuje sus fronteras. Frases vulgares por conocidas, como lo real ha superado a la ficción, o ese consejo tan popular entre los periodistas, no dejes que la realidad te estropee un buen reportaje, ponen de relieve que los límites entre la experiencia contrastada y el mundo eidético, que se derrama en la imaginación, son siempre confusos.
 Contar historias ha sido por lo demás un empeño civilizador, una herramienta esencial en la construcción de las culturas. Desde su creación en seis días, el mundo se ha edificado a modo de relato, y los narradores han sido instrumento primordial de su desarrollo. Vargas Llosa señala que, a través de la literatura, los contadores de historias son capaces de inducir en nosotros, junto a nuestra verdadera vida, una especie de vida paralela, hecha “de palabras e imágenes tan mentirosas como persuasivas, donde ir a refugiarnos para escapar de los desastres y limitaciones que a nuestra libertad y a nuestros sueños opone la vida tal como es”. Por mi parte estoy convencido de que esa vida paralela que él describe forma parte de la vida real, es un elemento no estrambótico, sino vertebral, de nuestra propia existencia.

Narrar, elaborar un discurso espacio-temporal sobre la realidad, es la mejor manera de crearla, y la superioridad de la literatura a la hora de ejercer semejante empeño resulta evidente. En su actividad productiva el contador de historias acaba convertido en un líder espiritual de su tribu, por lo que tiende a separarse de ésta, a marginar su propia experiencia de la del resto, para así poder adquirir la influencia social a la que aspira. No le basta la capacidad inventiva y ficcional: el estilo, la destreza en el empleo del lenguaje, el cumplimiento de los cánones o su ruptura son necesarios a la hora de apreciar la calidad de su narración y de incluirla en el catálogo literario, al que no es ajeno el oficio del periodista.
Nombres como los de Dickens, Balzac, Zola, Larra, Galdós y tantos otros son ejemplos de la borrosidad de fronteras entre ambas profesiones: la del escritor de novelas y la del escritor de periódicos. Alejo Carpentier describía al periodista como un escritor que trabaja en caliente, y esta es una de las pocas diferencias perceptibles entre ambos oficios. La soledad física y material del creador es reemplazada en el caso del reportero por una especie de soledad interior, una abstracción del mundo que le rodea, el ruido de las redacciones, las broncas y reclamos de los jefes y los chistes de los más desocupados. Octavio Paz llegó a decir que la buena poesía está impregnada de periodismo. “Me gustaría —añadió— dejar unos pocos poemas con la ligereza, el magnetismo y el poder de convicción de un artículo de periódico”. Luis García Montero, de quien los siglos futuros hablarán como el gran poeta español de nuestro tiempo, ya se atrevió por lo mismo a sublimar algo tan prosaico como los anuncios por palabras cuando proclamaba: “Poeta, sin pretensiones / y con una edad cualquiera, / pero joven, / ya con pocas ilusiones / —pues teme que cuanto espera / se lo roben—, / quisiera volverte a ver, / pasar contigo unos días / y sus noches, / empezarte a conocer / otra vez sin cacerías / ni reproches”.
 Ha sido siempre tan lineal y espontánea la conexión entre la narrativa literaria y la periodística que llama la atención el estruendo causado a principio de los años sesenta por las tendencias del nuevo periodismo, encabezadas por narradores tan respetables como Norman Mailer o Truman Capote. En su libro sobre El Nuevo Periodismo, Tom Wolfe describe de esta forma lo sucedido: “(…) Al comenzar los años sesenta un nuevo y curioso concepto, lo bastante vivo como para henchir los egos, habían comenzado a invadir los estrechos límites de la esfera profesional del reportaje. Este descubrimiento, modesto y humilde al principio, respetuoso, consistiría en hacer un periodismo cuyas obras se leyeran igual que una novela”. Igual que una novela significaba que aquellos reporteros y entrevistadores no pretendían medirse con los monstruos literarios de la época, sino solamente aprender de ellos. La conclusión a la que llega Wolfe es del todo esclarecedora: “Ni por un momento adivinaron que la tarea que llevarían a cabo como periodistas en los próximos diez años iba a destronar a la novela como máximo exponente literario”. Eso sucedió porque no habían comprendido que la Odisea no era sino un formidable reportaje sobre el retorno de Ulises, igual que el Relato de un náufrago de García Márquez, escrito y publicado como una investigación periodística, constituía ya en aquella época un monumento indiscutible de la narrativa en lengua española.


GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ
Los inventores del nuevo periodismo no hicieron sino recuperar la mejor de las tradiciones del viejo, del periodismo de siempre: la de contar historias. Haciéndolo fueron capaces de crear un nuevo estilo. Al pretender que sus lectores leyeran los reportajes como si fueran novelas consiguieron que muchas obras de ficción se construyeran como si fueran reportajes. Las corrientes del nuevo perio
dismo coincidieron con las propuestas del arte pop y el nuevo realismo en la plástica que huía del cubismo y la abstracción. Las pinturas comenzaban a mirarse como si fueran fotografías y las fotografías como si fueran cuadros, cosa que ya había descubierto Man Ray, entre otros, muchas décadas antes.
Cuando publiqué La agonía del dragón, primero de mis relatos dedicados a la transición política española, tuve cuidado de anunciar en la portada del mismo que se trataba de una novela. Lo hice advertido de que podría pasar lo que verdaderamente ocurrió y es que algún crítico avispado se encargara de resaltar que se trataba de “una novela de periodista”. Lo hizo, claro, no para compararla con las obras de Hemingway, García Márquez, Mark Twain, Chesterton o tantos otros cronistas que se dedicaron a la creación literaria, sino para devaluar mi libro al ubicarlo en un universo aparentemente menor: el de la prensa.

Otros, en cambio, me interrogaron sobre qué necesidad tenía yo de hacer literatura para explicar la realidad y tuve ocasión de explicar lo que genuinamente creo: que el reportaje o la crónica típicamente periodísticos pueden y deben servir para narrar los hechos, pero la descripción de los sentimientos tiene su residencia privilegiada en la ficción. Es así como somos capaces de descubrir un territorio tan ignorado por nosotros como esperado por quienes nos rodean, que es el de la imaginación. “La libertad del arte —escribe Carlos Fuentes— consiste en enseñarnos lo que no sabemos. El escritor y el artista no saben: imaginan. (…) Quien solo acumula datos veristas, jamás podrá mostrarnos, como Cervantes o como Kafka, la realidad no visible y sin embargo tan real como el árbol, la máquina o el cuerpo”.
A base de describir el mundo lo hemos ido creando a través de los siglos. También destruyéndolo. Nuestro estilo de vida fue antes que nada literario: una expresión verbal, una retórica urdida de generación en generación de la que dan fe infinita variedad de lenguas, fruto y origen de un continuo mestizaje.
Juan Luis Cebrián es presidente de EL PAÍS y miembro de la Real Academia Española.

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A MI HONORABLE PADRE. 19/05/08

A mi honorable padre.

Me encuentro en una situación difícil, pero cómoda. Es como si flotara en el espacio de los recuerdos. Todo sabe a recuerdos, todo son momentos vividos. Si camino, recuerdo; si pienso recuerdo más intensamente; si tomo cerveza, recuerdo instantes que compartimos; si voy a la compra, él siempre está presente. Todo lo que hay a mi alrededor me recuerda a él. Sueño con su presencia. Fue una persona muy importante en mi vida y para mi vida. Le dije millones de veces que lo quería y eso me reconforta sobremanera. Ahí ando, en estos senderos me encuentro. En alguna ocasión, los lagrimales vierten alguna gota de dolor. Sigo viviéndolo mucho más intensamente que cuando me regalaba su presencia.
Fue un hombre bueno, un buen hombre. Íntegro hasta la exageración. Honesto hasta hacer de la honestidad misma su modo de vivir. Paciente como el mejor chacal que espera el movimiento de su presa para capturarla, él para ayudarla. No tenía palabras de más, las que usaba se llenaban de esperanza y de emoción contenida. Lo quise hasta la profundidad del alma compartida y amiga. Tuve poca comunicación con él en los últimos años porque se apagaba su intelecto y, a la vez, su generosidad de coloso humano.Todo huele a él; todo sabe a él; todo suena a él. A él. A él mismo.

Siempre te recordaré, siempre te querré querido papá.

IN MEMORIAM - Tu hijo Josemari.


A MI MADRE

A MI MUSA

¿Y ahora qué? Ya no estás a mi lado.
Tu presencia se deshace tal el hielo
en fuego, se fija como una obsesión
que me llena y me llega y me yaga
en tremendos nubarrones irónicos
que deshacen amapolas de sueño.
Ese sueño sutil y estremecedor
de tu voz, de tu sonrisa,
de tus tranquilizadoras manos,
alentadoras de sueños.
¡Dímelo al oído cuando estés!
Dime que quieres aunque sea un susurro mío,
un agradable abrazo mío, tal vez
un espontáneo beso mío.
¡Dímelo cuando estés!
Dime que el sueño sueña,
dime que el amor ama,
dime que sin llorar lloras,
dime que no podemos hacer nada, ya
dime que me quieres.
¡Dímelo mamá cuando estés!
Te quiero, quise y querré, a morir, planeta de mis sueños.

LA MISIÓN DE EDUCAR

Educar es lo mismo que ponerle un motor a una barca. Hay que medir, pesar, equilibrar... y poner todo en marcha. Pero para eso uno tiene que llevar en el alma un poco de marino, un poco de pirata, un poco de poeta, y un kilo y medio de de paciencia concentrada. Pero es consolador soñar, que ese inexperto barco mientras uno lo trabaja, irá muy lejos por el agua. Soñar que ese navío llevará nuestra carga de palabras hacia puertos distantes, hasta islas lejanas. Soñar que cuando un día esté durmiendo nuestra propia barca, en barcos nuevos seguirá nuestra bandera enarbolada. Manuela Fernández

PARA MI VIDA, PARA TI.


PARA MI VIDA, PARA TI.

Amor, azucena celestial,
que nada entre espumosas olas,
¿por qué no me dices que me quieres?
¿por qué no colocas tu dulce,
perfume entre caracolas?
Dime amor, huele mi perfume,
ama mi instante, sueña con
tu sombra, con tu recuerdo,
inventa la estrella, ama el infinito
exhala perfumes inquietos
y dormidos silencios de placer.
¿Por qué no me dices que me quieres?
Hambre de mis venas,
Elegíaca amaca,
Luz de mis luces,
Entrada de mis penas,
Novela sin escribir,
Amor de mi vida.
¿Qué quieres que te diga más?
¿Qué? ¿Qué sueñas?

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