Vargas Llosa, un ‘Rolling Stone’ de la literatura en español.
El Nobel recibe un homenaje multitudinario, cosmopolita y privado en sus 80 años.
En sus últimos cumpleaños Mario Vargas Llosa, que se estrenó en la literatura cuando tenía menos de 20 años, había dicho que cuando cruzara la frontera de los ochenta querría tener un gran danés, al que acariciara al atardecer, viviendo sus últimos tiempos. Desde este lunes, cuando cumplió al fin los 80, tiene el gran danés, que le regaló su pareja, Isabel Preysler, pero ha pospuesto indefinidamente su deseo de retirarse frente al mar, acariciando semejante ejemplar de perro. Quiere seguir trabajando, aún más duro, en novelas por venir.Fue el hijo mayor de Vargas Llosa, Álvaro, escritor y periodista como él, el que reveló ese regalo, en un discurso en el que calificó a su padre, al que precedió en la ceremonia con la que celebraron la edad del Nobel 400 personas en una cena en Madrid, de “Rolling Stone de la literatura”, porque sólo a él, o a Mick Jagger, se le supone energía suficiente para seguir inventando, en el escenario de la escritura, historias como las que preceden a Cinco esquinas, la última novela del cumpleañero. Éste dedicó su discurso de agradecimiento a quienes vinieron de lejos a rendirle homenaje, especialmente a cubanos y a venezolanos, cuyos respectivos países tendrán pronto, deseó, una libertad que él verá en ambos casos.
Las últimas palabras del Nobel fueron para su pareja, Isabel Preysler, a la que agradeció “lo mucho que te debo”; para él, esas dos palabras, Isabel Preysler, “encierran ahora la palabra felicidad”. Le pidió que no se ruborizara ni se pusiera nerviosa: “Los amigos que están aquí nos van a guardar el secreto”.
No fue el único regalo, ese gran danés, el que tuvo Vargas Llosa anoche. El director de la Cátedra Vargas Llosa, J. J. Armas Marcelo, recibió en París estos días el primer volumen de los que la prestigiosa colección La Pleiade, de Gallimard, dedica a la obra del Nobel peruano. Y ese ejemplar que le dieron se lo regaló en el acto a Mario Vargas Llosa, para quien estar en la mejor colección literaria de clásicos de Europa era lo mejor que le pudiera suceder en su vida, más aún que el Nobel sueco.
La sala se llenó de amigos, algunos de ellos, como los expresidentes españoles Felipe González o José María Aznar, y Álvaro Uribe o Sebastián Piñera, éstos expresidentes de Colombia y Chile, y como los padres del líder venezolano encarcelado Leopoldo y Agustina López, y cubanos significados para él como Yoani Sánchez y Carlos Alberto Montaner. Sobre la libertad que advierte para esos pueblos se celebrará hoy un debate en el que participarán exmandatarios e intelectuales del área, organizado por la citada cátedra y por la Fundación internacional para la Libertad, cuyo secretario general, Gerardo Bongiovanni, ejerció de maestro de ceremonias.
Álvaro, el hijo mayor del escritor presentó a su padre; acababa de cumplir 50 años él mismo, y dijo que venía de estar celebrándolos en Lima con su madre, Patricia Llosa. Recorrió los libros de su padre, un terremoto de la disidencia. El propio Vargas Llosa corroboró luego su principal disidencia, cuando abandonó el marxismo y las militancias que le llevaron a abrazar ideologías que fueron la ruina de países a los que ahora deseaba la libertad que buscan, como Cuba y Venezuela.
La parte más literaria de su discurso tuvo un destinatario, su amigo y Nobel también, el turco Orhan Pamuk, que mañana estará dialogando con él en la segunda de las mesas organizadas por la Fundación Internacional para la Libertad. Escuchándole a Vargas Llosa, en su mesa, estaban sus editores, Nuria Cabutí, consejera delegada de Random House, y Pilar Reyes, directora de Alfaguara; los responsables de EL PAÍS, donde publica, el presidente, Juan Luis Cebrián, y su director, Antonio Caño, el propio Pamuk, y el presidente del Teatro Real, Gregorio Marañón, patronato al que pertenece este Nobel melómano.
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