El escritor hispanoperuano y premio Nobel recibe a ‘El País Semanal’ en su casa de Madrid y se confiesa sobre la literatura y la vida, a punto de ingresar en la Academia Francesa.
El escritor Mario Vargas Llosa (Arequipa, Perú, 86 años), premio Nobel de Literatura, recibe en una casa de espacios enormes, luz y libros. Es su famoso refugio de la calle de la Flora en el centro de Madrid, que el autor abandonó hace siete años para irse a vivir a una casa aún más famosa, la de la conocida como reina de corazones Isabel Preysler en Puerta de Hierro, también en Madrid. “La experiencia se vivió y ya está. Ya vuelvo a estar aquí, rodeado de mis libros”, dirá en medio de la entrevista, riendo como si hubiese regresado a Ítaca. “No me arrepiento de nada, absolutamente”, matiza acto seguido. El escritor de clásicos de la literatura universal como La ciudad y los perros, Conversación en La Catedral, La casa verde, La guerra del fin del mundo o La fiesta del Chivo está de buen humor. Observa que el periodista pide vino y cambia su petición: él también quiere vino. La conversación se alarga una copa más, una hora y media en la que responde a todo o casi todo. El jueves 9 de febrero será uno de los días más importantes en la vida de Mario Vargas Llosa: entrará en la Academia Francesa; el primer escritor, desde su fundación en 1634 por el cardenal Richelieu, que lo hace sin obra original en lengua francesa. Un hito para quien tenía París como un sueño de juventud y Flaubert como un sueño de estilo.
A los académicos franceses los llaman inmortales.
Ser inmortal me parecería aburridísimo. Mañana, pasado, el infinito… No, es preferible morirse. Lo más tarde posible, pero morirse.
¿Piensa en la posteridad?
En la vida lo he hecho. Pienso en mis hijos, en mis nietos. Pero de mis libros no pienso nada.
¿De verdad no piensa: ‘Este libro se va a quedar para siempre, este otro también’?
Tengo libros que merecerían sobrevivirme, sí. Conversación en La Catedral y La guerra del fin del mundo. Son dos libros en los que trabajé muchísimo. Pero yo no pienso en la muerte. ¿Qué ocurrirá con mi obra después de muerto? No lo sé, no estoy en esas.
¿En qué está?
¿Es usted nostálgico?
Hasta cierto punto. Recuerdo muchas cosas que lamento que se hayan perdido. Por ejemplo, los años universitarios. Los recuerdo con gran lucidez. En cambio, para los de inmediatamente después ya entro en una especie de nebulosa. Son como unas nubes que de pronto me recuerdan hechos muy tristes, o muy alegres. Recuerdo de Bolivia al hermano que nos enseñó a leer: el hermano Justiniano. Era un viejecito italiano que nos hacía bailar y nos iba metiendo las letras y las conjunciones. Algo maravilloso, una de las grandes cosas que me han pasado en la vida.
El hecho fundacional de su vida: leer.
El cambio que significó. De pronto entré en un mundo que era infinito, a diferencia de Cochabamba, que era una ciudad pequeñita. Podía viajar, y viajar en el tiempo, además: ir hacia el futuro, hacia el pasado. Los libros significaban una aventura siempre. Mi madre me había prohibido que leyera un libro que ella tenía en su velador. Lo recuerdo muy claro: era un libro amarillo con las letras azules, de Pablo Neruda: Veinte poemas de amor y una canción desesperada. Me acuerdo de unos versos con los que comenzaba el libro: “Mi cuerpo de labriego salvaje te fecunda y hace saltar al hijo del fondo de la tierra”. Y entonces yo decía: ahí está el pecado, pero ¿qué pecado? No sabía cuál era, pero sospechaba que el pecado estaba ahí.
Hábleme de su padre. [Ernesto Vargas, un hombre de carácter endiablado, acomplejado socialmente, se separó de Dora Llosa, a la que encerraba en casa por sus celos mientras él tenía amantes e hijos, meses antes de que Mario naciese. Hasta los 10 años, al niño se le hizo creer que su padre había fallecido. A esa edad, sus padres volvieron a estar juntos]
El comienzo con mi padre no fue bueno: descubro que no está muerto. No hubo nunca un entendimiento, siempre hubo una enorme tensión. Digamos que era falta mía, sí. Él me había quitado a mi mamá, pero además era un hombre muy rígido, muy duro. Mi vocación literaria fue una manera de resistir su autoridad.
Cuenta en El pez en el agua que a su padre le desconcertaba, en realidad no le gustaba, encontrarse con su nombre ni siquiera en periódicos como The New York Times.
Él tenía la idea de que todos los escritores y poetas eran borrachos o maricones: le producía verdadero horror. Un hijo que era escritor y se pasaba las noches en esas borracheras espantosas: esa era la idea que él tenía de la vocación literaria. Me metió en el Colegio Militar Leoncio Prado porque pensó que los militares y la literatura no se llevaban bien. Le salió el tiro por la culata, porque en el Leoncio Prado empecé a escribir de manera profesional: escribía las cartas de muchos militares para sus enamoradas, a las que ellos no sabían responder. Era muy divertido leer las cartas de ellas para poder contestarlas.
A menudo en sus libros, en sus entrevistas, se le escapa esta observación cuando habla de su juventud: “¿Cómo pude hacer tanto?”. No paraba de leer, de escribir, de salir, de viajar. ¿Será porque para escritores como usted, la escritura es una actividad casi inconsciente, algo parecido a respirar?
No. En absoluto. Yo sufría muchísimo escribiendo y, al mismo tiempo, quería mejorar. Mi estilo era muy primitivo. Necesitaba mejorarlo. En el periódico eso era imposible, porque había que entregar inmediatamente los papeles. Yo he sufrido mucho con el estilo. Y, además, siempre que me sentaba a escribir, me decía: tienes que suprimir los adjetivos. Eso es lo importante: que no haya adjetivos.
“Yo siempre he procurado poner la prosa al servicio de la historia, y no la historia al servicio de la prosa”.
Que los personajes salgan, que vivan por su cuenta. Era muy importante que las personas no obstruyeran el lenguaje y que el lenguaje estuviera al servicio de las personas que vivían en una novela. Esa fue siempre mi obsesión. Ahora no, ahora ya no. Pero mi obsesión cuando escribía las primeras novelas era no dar al lenguaje preferencia sobre las actividades de los personajes.
https://elpais.com/eps/2023-02-02/mario-vargas-llosa-no-me-arrepiento-de-nada.html
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