¿Y qué hay al final del camino, amigo?
Tú sí que lo sabes bien, porque te fuiste en aquel silencio eterno de la vida.
Nos dejaste huérfanos de risas en aquel mismo instante de tu bajada en la estación, para ti, final.
La levedad de la vida es una exigencia para los que vivimos pero al mismo tiempo nos acabamos, gotica a gotica como aquella garrafa de buen aceite de reserva que se gasta hasta ser consumida toda ella.
Me siento anciano de oler rastrojos mediocres
de oler tempestades anchas y mortíferas
de acallar voces indecentes de gentes
que jamás amaron a la vida y, diría yo,
ni a ellos mismos, porque la pierden en un tris,
en la banalidad, en la nimiedad, tal vez en la trivialidad,
ruin y mezquina del hedor a nauseabundo fracaso.
Aquí me hallo, utilizando mi tiempo a gusto del día,
a gusto de gustos que me pierden el apetito de vivir.
Aquí me hallo, amigo, sin ti, sin tus risas
enfundadas en el respeto eterno de las lágrimas.
JMPB / 2023
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