
Un
best seller internacional. Un clásico moderno. Así definen muchos a
La sombra del viento hoy, 19 años después de que iniciara, casi por azar, su andadura. Porque
La sombra del viento pudo no llegar a publicarse nunca.
Carlos Ruiz Zafón,
fallecido hoy viernes a los 55 años, entonces contaba con 37 y una
pequeña pero exitosa carrera como escritor de novela juvenil a sus
espaldas. Había presentado su primera obra “para adultos” al Premio
Fernando Lara. No lo ganó. Pero, en el jurado,
un Terenci Moix entusiasmado por la visión renovadora de Barcelona,
ese gótico fantástico que bebía del cine clásico que tanto le gustaba,
defendió su publicación. La editorial se lo pensó. Al final, accedió. El
libro, sin embargo, salió pasado Sant Jordi porque, recuerda el
periodista Sergi Doria, “no se confiaba en su éxito”. Después de todo,
era la obra de un debutante. Y había sido descartada para un premio. Si
no hubiera sido por la insistencia de Moix, tal vez el mundo no sabría
hoy quién es Daniel Sempere.
En cualquier caso, la
novela, de la que se han vendido más de 10 millones de ejemplares en
todo el mundo, se publicó, recuerda Doria, el primero en alabarla, y
amigo de su esquivo y solitario autor desde entonces, “por esta época
del año”, pasada incluso la Feria del Libro de Madrid, el gran
escaparate, junto a Sant Jordi, de cualquier obra que aspirase a lo que
La sombra del viento
no sabía que podía aspirar entonces: a vender cientos de miles de
ejemplares. “Recuerdo que lo primero que me llamó la atención fue la
cubierta, la fotografía de Francesc Català Roca”, dice Doria. Le había
llegado a la redacción, y se la llevó a casa para echarle un vistazo. No
pudo dejarla. Aquel mismo fin de semana, escribió una elogiosa reseña
en
ABC. A los pocos días, se encontró con otro periodista
apasionado por la literatura y la ciudad, Sergio Vila-Sanjuan, que hizo
lo propio en
La Vanguardia. Empezaron a venderse los primeros ejemplares.

La
mecha no prendió de golpe. Fue cosa del boca a boca, que creó incluso
un tipo de lector, pues son inexplicables éxitos posteriores como el de
La catedral del mar (2006), de Ildefonso Falcones, o
El código Da Vinci (2003), de Dan Brown, sin el precedente que sentó Zafón. Podría decirse que
La sombra del viento
situó a Barcelona en un mapa en el que no había estado nunca: el del
superventas internacional que entonces monopolizaban títulos de Ken
Follett y Noah Gordon, y permitió, por un lado, que la ciudad se
convirtiese en centro de interés literario para una historia de alcance
global —como la de Falcones— y, por otro, que lo sobrenatural jugase con
lo histórico —
guante que recogería Dan Brown—.
Sea cual sea el caso, apenas un año después, y solo en España, había
vendido 300.000 copias. La firma de Zafón era la más buscada en Sant
Jordi. Se compraron los derechos en catalán. El mercado internacional
empezó a interesarse por él. En 2003 llegó a Alemania, y allí empezó la
verdadera fiebre.
La Feria de Fráncfort de ese año marcó
un antes y un después. Allí se iniciaron los tratos para las
traducciones en hasta 50 idiomas que llegarían a cerrarse en los años
venideros. De ahí que cuando se refiriesen a ella la considerasen “la
novela española de más éxito desde
El Quijote”. O que Penguin
Classics, al escoger 26 clásicos de la historia de la literatura
universal para una colección conmemorativa en 2014, la incluyese,
situando a Zafón entre Charles Dickens, Jane Austen, Marcel Proust y
James Joyce. Un apunte: poco antes del fenómeno ese año en Fráncfort, el
entonces ministro de Exteriores alemán,
Joschka Fischer,
la elogió desmedidamente ante la prensa, algo que para Doria, buen
conocedor de la historia del libro, fue clave, pues en ese momento el
conocido político de Los Verdes gozaba de una considerable popularidad.
“En dos meses se vendieron 200.000 ejemplares después de aquella
declaración”, recuerda. Pero aún quedaba por conquistar el mercado
anglosajón.
La novela se publicó en inglés en 2004, e inició una tímida conquista que se precipitó cuando Stephen King la encumbró
en un artículo para Entertainment Weekly.
Decía King que “si alguien pensaba que la novela gótica había muerto en
el XIX”, el libro de Zafón le haría “cambiar de idea”. Defendía que
cada escena parecía salida “de uno de los primeros filmes de Orson
Welles”. “Hay que ser un romántico de verdad para llegar a apreciar todo
su valor, pero si uno lo es, su lectura es deslumbrante”, concluía.
“Carlos había crecido leyendo y admirando a Stephen King, aquella reseña
hizo que todo hubiera valido la pena”, recuerda Doria, que dice que le
escribió emocionado en cuanto la leyó. “Era un hombre muy reservado, con
una enorme vida interior, que se apartó de todo para escribir y tocar
el piano. Le abrumaba la dimensión que había tomado su carrera a partir
de
La sombra del viento”, dice el periodista, para quien la novela siempre será, para todos los que la leyeran, “como un primer amor”.
La
fórmula mágica con la que la elaboró Zafón tiene tres ingredientes. El
más importante es su visión de Barcelona desde lejos, lo que le permitió
ficcionarla como no se había hecho desde Juan Marsé. “Un día me dijo:
‘Es como este vaso. Desde lejos puedes describirlo perfectamente, pero
si estás dentro, ¿qué es lo que ves? Así era yo tratando de escribir
sobre Barcelona cuando vivía en Barcelona. Tuve que irme fuera para que
esa otra dimensión de la Barcelona del recuerdo se alzase y me
permitiese contarla de la manera que siempre supe que quería hacerlo”,
relata Doria. El otro es su amor por el cine clásico, clave en la
construcción de las escenas. El tercero es el aspecto gótico por el que
se dejó llevar. “Siempre le gustaron los cómics y los dragones, lo
fantástico. Consiguió hacer la novela que quería con todo lo que le
gustaba”, dice el periodista. Y quizá por eso quiso que nunca fuese otra
cosa que una novela y se negó una y otra vez a que el cine la adaptase.
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